Cómo se pudieron levantar las catedrales medievales | El Correo

2023-02-28 14:31:24 By : Mr. Peter Zhao

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El edificio más alto del planeta a día de hoy y desde 2010 es el Burj Khalifa, en Dubai, Emiratos Árabes Unidos, con 828 metros. La edificación que conservó el título durante más tiempo, nada menos que 3.800 años, es la prámide de Keops. Sus 138 metros de altura no fueron superados hasta 1311: el logro lo consiguió la catedral gótica de Lincoln (Inglaterra), que había empezado a construirse en 1185 y que alcanzó los 159 metros de altura, pero su aguja colapsó en 1594. La siguiente edificación más alta fue la catedral de Estrasburgo en Francia, finalizada en 1439 y que con su campanario de 142 metros mantuvo el récord hasta 1874.

En los dos siglos y medio transcurridos entre el inicio de las obras catedralicias en Lincoln y el final en Estrasburgo, se produjo una competición intensísima por toda Europa: ciudades e incluso pueblos buscaban hacer la catedral más alta, la más voluminosa (como la de Amiens, diseñada en 1220 para albergar a los 20.000 habitantes que entonces tenía la urbe), la más amplia, la más impresionante y la que mejor mostrara la gloria divina.

En la construcción de las catedrales medievales, que ha sido además objeto de mitos y fantasías diversas, confluyeron por un lado la herencia ingenieril de Grecia y Roma, la innovación en procedimientos teóricos y prácticos, el acceso a materiales adecuados y una mano de obra abundante y cualificada en las diversas disciplinas involucradas. Y, por supuesto, la disposición favorable de toda la población que podía esperar décadas, a veces siglos, para ver terminada la catedral que le daría gloria a la deidad… y a la ciudad, exhibiendo así verdaderas proezas de la ingeniería que hasta hoy causan el asombro del visitante y el interés de ingenieros, arquitectos y científicos de distintas áreas.

Los creadores de las grúas como forma de levantar grandes pesos fueron los arquitectos griegos. Aunque las grúas de madera no han dejado restos que se puedan estudiar, hacia el 515 adC. ya existían grandes piedras con orificios practicados para utilizar sistemas como los 'lewissons', una especie de abrazaderas de metal que usan el propio peso de la piedra para asegurarla y levantarla con una grúa. Estas máquinas sustituyeron entonces a las rampas empleadas para mover grandes piedras. Los documentos de la época hablan del uso de cabrestantes y poleas en las grúas, accionadas por hombres o animales, como asnos y bueyes. Colocadas las grúas sobre rodillos, podían además moverse horizontalmente, un sistema que se utilizó para la construcción del Partenón. Estas máquinas fueron mejoradas y evolucionadas por los romanos para sus edificaciones y perfeccionadas en la Edad Media, especialmente en su accionamiento, mediante tracción animal o humana usando grandes ruedas de ardilla además de molinetes y palancas .

Una grúa de rueda del siglo XIV sobrevivió hasta nuestros días en el campanario de la iglesia de Chesterfield, que se concluyó en esa época. Actualmente se encuentra en un museo de la ciudad.

Un elemento clave del avance de las grúas fue el uso de conjuntos o grupos de poleas llamados 'polipastos', que son hasta hoy la mejor forma de conseguir multiplicar el esfuerzo de izamiento. De la polea sencilla a la doble, triple y quíntuple, la capacidad de carga de las grúas dependía en realidad solamente de la resistencia de su estructura de madera.

Los pilares y vigas de los griegos, que sostenían sus edificaciones, se vieron sustituidos en la ingeniería romana por arcos de medio punto , semicírculos que reparten hacia sus pilares el peso que sostienen. La Edad Media desarrolló una solución ingeniosa, el arco apuntado, con dos segmentos de círculo más amplios que se unen en la parte superior formando un ángulo. Son los arcos típicos de la arquitectura gótica y, al ser más resistentes y repartir mejor el peso, permitían la construcción de bóvedas a mucha mayor altura que sus predecesores. Igual que en el caso de los arcos romanos, estos se levantaban sobre cimbras de madera que permitían colocar las piedras o dovelas del arco. Cuando estas estaban fijas, se retiraba la cimbra.

Un claro objetivo de los constructores de catedrales era tener muros más estrechos que los que se habían usado en la arquitectura románica o que eran comunes en otras edificaciones como los castillos. Muros ligeros que pudieran ser sostenidos por los nuevos arcos y en los que se integraran maravillosos vitrales que iluminaran el templo solamente con la luz del sol. Pero se vio que esos muros, sin embargo, tendían a ceder bajo su propio peso, y los constructores desarrollaron los contrafuertes, columnas unidas al muro por elementos inclinados llamados arbotantes que dirigían el esfuerzo del peso hacia fuera del templo y evitaban que los muros se vencieran.

Las grúas facilitaron desde los griegos el paso de usar grandes piedras a usarlas más pequeñas y en mayores cantidades. Estas piedras provenían los mismo de edificios más antiguos que de canteras, con frecuencia situadas lejos de las catedrales en construcción. Para facilitar el trabajo, en las canteras no solamente se cortaba la piedra, sino que se le daba forma de modo basto o se tallaban a su forma final tal como se iban a utilizar según las indicaciones del constructor.

El vidrio coloreado , que ya producían griegos y romanos en pequeñas cantidades, sufrió una verdadera explosión tecnológica con la exigencia de iluminar el interior de las catedrales. El vidrio se producía con arena, potasa proveniente de madera quemada y distintos metales que daban variados colores. Un detalle curioso es que el vidrio es naturalmente verde. Para que fuera transparente, había que añadirle manganeso. Otros metales usados, en forma de óxido, eran el cobre para un verde azulado, el cobalto para un azul profundo, el oro para el rojo o violeta, la plata para tonos del amarillo al anaranjado profundo y distintas mezclas para completar la paleta de colores del vidrio.

El 15 de abril de 2019 se produjo un incendio en la icónica catedral parisina de Notre-Dame del siglo XII-XIV, que acabó con su techo de roble y plomo y con su aguja de 93 metros de alto, que databa de 1859. Pese a lo feroz que fue el incendio, los muros, los arcos y sus famosos vitrales sobrevivieron sin daños, como testimonio de la habilidad de sus constructores.

Los triunfos y los estrepitosos fracasos en la construcción de las catedrales medievales fueron la base de lo que posteriormente sería la ingeniería y numerosos conocimientos con los que hoy hacemos edificaciones más altas, más seguras y más eficientes… pero probablemente no tan hermosas como las catedrales del medievo.

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